Eppur si muove - ¿Está mal considerada la mujer en la Iglesia?

Hoy es 8 de marzo y se celebra el Día de la mujer trabajadora. Por eso traigo hoy a Eppur si muove el tema de la mujer en la Iglesia católica porque, al parecer, según las malas (nunca mejor dicho) lenguas, está mal considera o, a lo mejor, nada considerada cuando la mujer también trabaja en la viña del Señor aunque, eso es cierto, de una manera muy distinta como algunos o algunas querrían que trabajara.

Hay, a lo largo de la historia de la Iglesia, luego llamada católica, muchos hechos que determinan que la mujer no es mal considerada en el seno de la misma. Por ejemplo, cuandoMaría, la Madre de Jesús, en las bodas de Caná, obligó a su hijo, Jesús, a que convirtiera el agua en vino (aunque ella, claro, no sabía lo que iba a hacer) colaboró, con tal gesto, a hacer que la mujer ocupara un lugar muy importante en el seno de la Iglesia fundada por Jesucristo. El Hijo de Dios secundaba, al fin y al cabo, lo que decía su Madre.

Luego, además, fue a una mujer, María Magdalena, a quien primero se apareció Cristo tras la Resurrección y, además, serían mujeres las, junto a Juan, el discípulo amado, las que le habían acompañado hasta los mismos pies de la cruz.

Por eso resulta de todo punto inaudito que pueda sostenerse que porque la mujer no pueda ser sacerdote (y, por eso, obispo o, incluso, Papa) la Iglesia la pretiere como si no fuera piedra viva que la constituya.

Nada más lejos de la realidad.

El tercer fin de semana del mes de marzo de 2009 se celebró en Roma una Conferencia que, con el lema “Vida, familia, desarrollo: el papel de las mujeres en la promoción de los derechos humanos” trató de hacer ver que la verdadera dignidad de la mujer se encuentra en el hecho mismo de ser persona y no en una malentendida emancipación de la misma.

En la citada Conferencia, el cardenal Renato Raffaele Martino, entonces presidente del Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, dijo que “No había ningún nuevo feminismo sin Dios, sobre todo si no se descubre a Dios como Amor”. Y esto, seguramente, no es políticamente correcto ni está bien visto por según qué tipo de pensamientos.

Pero, abundando en la verdad de las cosas, sostuvo que “El viejo feminismo se fundaba en el individualismo egocéntrico y, a menudo, egoísta”. Muy al contrario, “El nuevo feminismo debe estar entretejido de amor por la vida, por la familia, por los demás; un feminismo regulado por la reina de las virtudes, la caridad”.

Por otra parte, en el Discurso que Benedicto XVI pronunció en Luanda (Angola) el 22 de marzo de aquel mismo año, relativo a la “promoción de la mujer”, atendió a la importancia que las hijas de Eva tienen en el mundo de hoy mismo, Así, dijo que “la historia habla casi exclusivamente de las conquistas del hombre, cuando, en realidad, una parte importantísima se debe a la acción determinante, perseverante y beneficiosa de las mujeres”.

Por eso, no es de extrañar que, en el mismo discurso, trajera a colación un escrito papal muy importante en relación con la mujer y que no es otra que la Carta apostólica “Mulieris dignitatem”escrita por su amado predecesor el Beato Juan Pablo II Magno. Allí dejó escrito que “sobre el designio eterno de Dios, la mujer es aquella en quien el orden del amor en el mundo creado de las personas halla un terreno para su primera raíz” (MD 29)

Por tanto, no es que la Iglesia fundada por Cristo tenga a la compañera del hombre como a alguien inferior sino que, muy al contrario, la considera como verdaderamente le corresponde y merece: como el origen mismo de la sucesiva vida humana.

Tampoco extraña, por otra parte, que Benedicto XVI dijera la verdad de las cosas. “En esas cosas” (se refiere a las migraciones forzadas, a las guerras, etc.) “casi siempre son las mujeres las que mantienen intacta la dignidad humana, defienden la familia y tutelan los valores culturales y religiosos”.

También tenía que hacer mención, el Santo Padre, a las mujeres que “se han consagrado al Señor”. Ellas “apoyándose en Él, se han puesto al servicio de los otros” y con su “presencia y virtudes” hacen, sin duda alguna, una Iglesia católica, y un mundo, mejor.

Volviendo a la Conferencia sobre los Derechos Humanos (citada arriba), hizo referencia a la Carta a los obispos de la Iglesia católica, de la Congregación para la Doctrina de la fe (de fecha 31 de julio de 2004) y, en concreto, a su número 13. En tal Carta se habla de que “debido a que han sido dotadas por el Creador con una especial ‘capacidad de acogida del otro’, las mujeres tienen un papel crucial que desempeñar en la promoción de los derechos humanos”.

A continuación dijo algo que resulta importante tener en cuenta y que ha de ir en el camino de romper con ciertos comportamientos ideológicos e, incluso, más allá de la ideología, simplemente personales: llamó la atención sobre la importancia de “corregir toda idea errónea de que el cristianismo es, simplemente, un conjunto de mandamientos y prohibiciones”.

Por otra parte, ¿Qué considera la Iglesia católica sobre lo sucedido en el ámbito femenino durante los últimos decenios?

Pues lo que sigue: “la emancipación femenina ha sido y es un evento histórico, marcado por significados ambivalentes y contrastados, sobre los que debe ejercerse un discernimiento cristiano constante, paciente, inteligente y sabio, para sacar lo bueno para combatir lo malo, para orientar lo incierto” (cardenal Renato Raffaele Martino)

Indicaba, el cardenal Martino, tres retos muy importantes a los que ha hacer frente (y debe hacer frente) con relación a la mujer:

1.-La relación entre naturaleza y cultura (diferencia sexual, identidad del matrimonio y familia…)

2.-La formación (evitando los lastres culturales que “mortifican la dignidad de la mujer”)

3.-Respuestas a la pobreza (importancia de fomentar un mundo “más justo y solidario”.

Y es que, al fin y al cabo, aquellas palabras de san Pablo en la Epístola a los Gálatas, 3,28(“ya no hay judío ni griego, ni esclaro ni libre; ni hombre ni mujer”) se han hecho ciertas, a lo largo de la historia de la Iglesia católica.

Como muy dijo el Beato Juan Pablo II Magno en unas palabras que bien podremos traer a colación ahora: “Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer!” Y lo dijo en la “Carta a las mujeres” (29 de junio de 1995) donde dice, además, esto:

Te doy gracias, mujer - madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer - esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer - hija y mujer - hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer - trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del “misterio", a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer- consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta “esponsal", que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.

Un poco después, en concreto en el punto 11 de la Carta a las Mujeres, dice algo que muchos deberían tener en cuenta:

Si Cristo —con una elección libre y soberana, atestiguada por el Evangelio y la constante tradición eclesial— ha confiado solamente a los varones la tarea de ser ‘icono’ de su rostro de ‘pastor’ y de ‘esposo’ de la Iglesia a través del ejercicio del sacerdocio ministerial, esto no quita nada al papel de la mujer, así como al de los demás miembros de la Iglesia que no han recibido el orden sagrado, siendo por lo demás todos igualmente dotados de la dignidad propia del ‘sacerdocio común’, fundamentado en el Bautismo. En efecto, estas distinciones de papel no deben interpretarse a la luz de los cánones de funcionamiento propios de las sociedades humanas, sino con los criterios específicos de la economía sacramental, o sea, la economía de ‘signos’ elegidos libremente por Dios para hacerse presente en medio de los hombres.

Y en el mismo número:
En este amplio ámbito de servicio, la historia de la Iglesia en estos dos milenios, a pesar de tantos condicionamientos, ha conocido verdaderamente el « genio de la mujer », habiendo visto surgir en su seno mujeres de gran talla que han dejado amplia y beneficiosa huella de sí mismas en el tiempo. Pienso en la larga serie de mártires, de santas, de místicas insignes. Pienso de modo especial en santa Catalina de Siena y en santa Teresa de Jesús, a las que el Papa Pablo VI concedió el título de Doctoras de la Iglesia. Y ¿cómo no recordar además a tantas mujeres que, movidas por la fe, han emprendido iniciativas de extraordinaria importancia social especialmente al servicio de los más pobres? En el futuro de la Iglesia en el tercer milenio no dejarán de darse ciertamente nuevas y admirables manifestaciones del ‘genio femenino’.

Nada mejor, ni más cierto, es posible decir. Y, ahora, el que tenga ojos para ver, que vea porque tragar con ciertas ruedas de molino que difunden eso de que la mujer está mal considerada en la Iglesia católica es mucho tragar.

NOTA FINAL: traigo aquí, hoy 8 de marzo, la imagen de la Virgen María embarazada porque representa el exacto papel de la mujer en el seno de la Iglesia católica que no es otro que quien acepta la voluntad de Dios para su vida y trata de cumplirla lo mejor posible poniendo de su parte todo lo bueno que tiene como ser humano digno y como hija de Dios, dotada de inteligencia y saber hacer y, en fin, palpable realidad del “genio femenino".

Eleuterio Fernández Guzmán

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