HISTORIA DE UN ABORTO

Nos vemos el 19 de Mayo.

Esta es mi historia. No pretendo justificarme ni gloriarme. Simplemente quiero ser un rayo de luz en las tinieblas. Le pido al Espíritu Santo que escriba por mí para llegar a los corazones endurecidos o atormentados, los tibios e indiferentes y aquellos que por cuestiones de la época, han perdido sus valores y moral.

El aborto es una opción. Nunca debió de serlo. Las opciones aunque necesarias son muchas veces perjudiciales para nuestra salud espiritual. Cuando una persona llena del amor de Dios es presentada con la alternativa del aborto, sin duda admite nunca haber considerado esa opción. Pero hoy por hoy, quién tiene al amor del Dios Vivo tatuado en el corazón? Al no conocer a Dios, el alma está en estado de coma. Lo natural es que escoja la muerte….de su bebé y de su alma.
Cuando no se tiene a Dios en la familia, los padres y hermanos sufren del mismo mal. Se dejan llevar por las presiones sociales, económicas y familiares, por su miedo al fracaso, por evitar una responsabilidad más, porque creen no estar preparados para ser padres o por simple vanidad. Todos estos sentimientos reflejan un vacío de Dios. La armonía de Su Plan Divino está en perfección y nunca lo podríamos aceptar sin una fe ciega. Mucho menos comprender. Pero Dios habita en la sabiduría del hombre sensato, que alienta a la paciencia y a la mansedumbre. El que pacientemente espera en el Señor no es defraudado jamás. 
Mi historia comienza en un hogar de lazos de amor rotos. Existió el amor pero lo dejamos morir para darle espacio a nuestro egoísmo. El divorcio y el adulterio se impusieron al respeto de los padres para sus hijos. Los hijos dejaron de respetar a sus padres. El amor lo buscamos siempre fuera del hogar. Pusimos nuestros anhelos en los demás y nunca volvimos a acordarnos de Dios. 

Después de varias relaciones fracasadas, encontré un amor que me daba alegría. Puse todas mis esperanzas y mis ilusiones en él. Era un amor libre…de responsabilidades, compromisos, respeto y más que nada, libre de amor. Las drogas, el alcohol, las fiestas, la unión libre, la música, la descomplicación y la buena onda eran lo más importante.

Cuando supe de mi embarazo, estaba con mi madre y lejos de mi novio. Fue ella la que me llevó al ginecólogo. Su cara de horror y decepción me infundió un miedo muy grande. Cuando le preguntó al médico si me podía practicar un aborto, y él se negó, me di cuenta que todo estaba perdido. No contaba con su apoyo y no tenía a nadie más en el mundo. Yo era una drogadicta que había vivido sola muchos años en otro país, que había vuelto a vivir con mi madre porque pensaba que no era capaz de valerme en el mundo sin el amor y el apoyo económico que ella me daba. Era una inválida emocional.
No había nada que hacer. Ella me dijo claramente que yo no estaba en condiciones de criar a nadie, que posiblemente esté afectado por las drogas que había consumido y lo mejor era abortar. Para esto me pagó un pasaje a Miami y me dio el dinero que necesitaba. Viajé sola y una vez que llegué a Miami, le pedí ayuda a una amiga para que me acompañase. No he vuelto a ver a esa amiga. Sé que tuvo problemas graves de heroína. 

No recuerdo mucho sobre la clínica. Me recibieron, me hicieron pagar, me dieron un formulario y me pidieron que esperara. Luego de eso, me administraron un sedante y cuando todo se acabó, recuerdo despertar en una sala de espera en un sillón reclinable donde había varias mujeres viendo televisión. Nadie hablaba con nadie. Pero todas estaban esperando que pasara el efecto del sedante para irse a la casa. Una enfermera me tocó el brazo y me dijo que no me levantara aún. Me dio instrucciones de cómo cuidarme, las pastillas y anticonceptivos que debía tomar y que no debía de tener relaciones por 3 meses. Me acuerdo que me recetaron codeína y mi alegría de tomar las pastillas para no sentir dolor. También me acuerdo haberme acostado frente a un espejo y tocado los senos hinchados por el embarazo y frotado mi vientre plano que ya no crecería. Había hecho lo que me habían dicho que haga y eso seguramente me pondría en una buena posición con mi madre.

Regresé a mi país y lo llamé a mi novio que vivía en el suyo. El se adelantó y me dijo que presentía de mi embarazo y que yo había abortado…y que había hecho lo correcto porque él no sería un buen padre, que no deseaba la responsabilidad y que por favor nunca se lo contara a su mamá.

Con esto pasó el tiempo, mi relación con él se terminó pero siempre lo catalogué como el “amor” de mi vida. Obviamente no conocía el amor. Nunca más pensé en el aborto, pero mi vida se fue de pique. Nunca más tuve ese brillo en los ojos. Nunca más me ilusioné por nada y siempre dije que me gustaría volver a tener 24 años. Que esa fue la mejor edad que pude tener!... Lo que no sabía era que añoraba interiormente volver a esa edad donde tuve la opción de escoger entre vivir o morir. Mi muerte espiritual comenzó cuando le robé el derecho de vivir a mi bebé. Y yo me maté con él. 
Sólo por la Misericordia de Jesús volví a la vida, como Lázaro. Jesús me resucitó. Pero en esa muerte espiritual estuve 10 años. Nunca me pude defender contra el enemigo, sufrí como nadie y viví en tinieblas de vanidad, egoísmo y despecho. No le deseo a nadie vivir sin Dios. Porque la ausencia del Amor es el odio, porque la ausencia de la Vida es la muerte. 

Sin embargo el Señor tuvo piedad de mí. Me permitió tener familia: dos hijos para ser exacta. No me dio el matrimonio perfecto, pero me dio muchas oportunidades de adquirir paciencia, humildad y caridad a través de el...las experiencias malas son lecciones de amor para perfeccionar nuestro espíritu. Además, no deseaba para mis hijos la misma suerte que tuve yo y, hasta ahora, mantengo esa familia unida. Les enseño a mis hijos a amar a Dios. Coloco mi vida en manos del Señor cada día, porque sé que bajo su amparo y protección no volveré a pecar mortalmente.

Ahora también sé donde está mi bebé, Salvador. Con certeza lo encontraré después de esta vida. Ansío abrazarle y compartir su amor por toda la eternidad como con cualquier otro de mis hijos. Ese es mi consuelo y mi mayor anhelo. Por él soy instrumento de salvación para tantas almas perdidas, ya que por su martirio me salvé yo también. Por eso se llama Salvador. Y su nombre ha estado grabado en mi corazón desde que le quité el derecho de vivir entre nosotros. Por eso sé que Jesús también con dolor me ha acompañado, clavado en la cruz por mis pecados, sufriendo mis sufrimientos, pero esperando el permiso para entrar y vivir resucitado en mi corazón.

He podido, por Gracia Divina, perdonar a todos. Incluso a mí misma. Vivo con mi alma en paz al fin. Deseo que todos encontremos esa dicha y ese gozo de vivir para y por el Señor. Amo a Jesús y todo lo que hago es una eterna acción de gracias por darme de nuevo la vida de mi espíritu. Me dijo alguna vez en oración, que hace falta perderle para que le podamos volver a encontrar. Pero una vez que hallamos, no nos volvemos a apartar de El.

La vida no nos pertenece hermanos, ni siquiera podemos respirar sin la Voluntad de Dios. Sin embargo le quitamos el permiso para habitar en nosotros, aceptamos un nuevo dueño, porque nuestra alma siempre le pertenece a alguien. Permitimos que sea nuestra imperfecta voluntad la que gobierne según nuestra conveniencia. Justificamos nuestras acciones según nuestros intereses y convicciones del momento. Nos olvidamos que somos mutantes, que cambiamos cada día según lo que la vida nos trae. Nuestros valores y convicciones dependen de nuestras experiencias. Nuestras decisiones correctas de hoy son un error el día de mañana. Nuestro estado de ánimo nunca es el mismo ni siquiera en nuestro sueño. No podemos controlar nuestras emociones y actuamos por impulso. Decimos cosas que no sentimos solo para defendernos y protegernos de los demás. Somos siempre niños.
Dios es siempre constante, siempre nos ama y nunca nos deja solos. Cuando todo el mundo nos decepcione, siempre estará Dios con su amor de Padre para cobijarnos del frío y de las asperezas del mundo. El nos espera siempre, nos ama siempre igual y a todos con la misma intensidad. No importa lo que hagamos. Su amor no tiene límites ni es influenciado por nada, porque fuera de El no hay nada. Es el alma de mi alma, digo yo. a la responsabilidad le vanidad.tro espNos creó sin nuestro consentimiento pero no nos puede salvar sin el. Necesitamos darle permiso a Dios para que entre y habite en nuestro corazón. Somos templos vivos del Señor. Purificamos ese templo con Su Voluntad o la profanamos con la nuestra. 

Amar a Dios es también amarnos a nosotros mismos. El aborto es odio vivo, un culto a la muerte y un rechazo a la pureza de la creación y más que nada, a nuestra propia carne. No podemos amarnos y actuar en “bien nuestro” y provocarnos a la vez la muerte en el espíritu y los trastornos que vienen de manchar nuestras manos con la sangre de nuestro propio hijo. El amor y el odio no son compatibles. Cuando tenemos a Dios en nosotros, igual nos equivocamos, pero El nos corrige con amor y nos ayuda a mejorar si sabemos reconocer Su mano en nuestras vidas. No cometemos crímenes abominables contra su creación. Evitamos el pecado mortal. Vivimos en armonía interna. Es la falta de Dios en el corazón del hombre la que tiene al mundo sumido en la muerte espiritual, en la pobreza y la infamia.
Quisiera que el aborto no fuese una opción. Pero hasta eso Dios permite. Sólo en nuestros errores sufrimos y en nuestras enmiendas nos santificamos. Nos hacemos tanto daño por buscar nuestro bien, y no nos damos ni cuenta de las repercusiones de nuestras palabras y acciones. Pero Jesús lo vino ha hacer todo nuevo, y aquí estoy yo! 

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