EL ATEÍSMO QUE PRACTIQUÉ

Escrito por: Andrés Elías @andreseliascom

Para Observatorio Católico
La filosofía abiertamente atea de los filósofos se había filtrado en mi vida y había engendrado un estilo de vida completamente indiferente hacia Dios. En mi corazón la semilla del ateísmo, se había sembrado de forma silenciosa haciendo tierra fértil a la libre aceptación del derecho al aborto, al divorcio, a la inmoralidad sexual, la ideología de género, etc. 

Los medios de comunicación social, administrados por gente sin escrúpulos difunden el veneno de la indiferencia y el relativismo, con ello penetraron con sus ideas en la intimidad de mi propia vida. Con la publicidad de productos inútiles y tal vez dañinos, me incitaban al consumo y al desperdicio.

La publicidad y el poder de la imagen repetitiva me hicieron creer que fumar cigarrillo y tomar alcohol imprimían carácter. De todo esto resultó una vida donde mi ley: era el placer. La cultura popular a través de la televisión, cine y revistas me hizo sentir que era mejor ser mujeriego, farrero, cool que inteligente, coherente y honesto.

El placer había llegado a ser el fin de mi vida, y el dinero, indispensable medio para procurarlo. Trabajaba todo el tiempo, alejándome cada vez más de mi familia. Me había vuelto ansioso por los placeres de la vida, la moda, la forma de comportarme, el lenguaje; en todo se veía expresado mi falta de amor a Dios, el anhelo por una vida llena de deleite, de la fantasía y de los sentidos me había hecho perder el rumbo… pero aún decía que yo amaba a Dios y lo aceptaba como mi creador.

Si bien no profesaba el ateísmo de los filósofos, estaba sumergido en ello, aunque era de una forma inconsciente. Esto se llama ateísmo práctico, el ateísmo de la vida, el que todos alguna vez practicamos. Dios, si no era negado explícitamente, era olvidado, tratado como si no existiera, ignorado por completo y reducido a un objeto de segunda clase que solo lo utilizaba cuando algo salía mal. 


Era crítico a la Iglesia y apenas sabía de lo que hablaba cuando la atacaba, toda la religión que conocía había sido expurgada antes de llegar a mí. “Me habían fallado, la catequesis me había fallado, el párroco y mi familia católica me había fallado, los medios de comunicación católicos habían fracasado en enseñarme el verdadero sentido de vida cristiano”. Así pensaba, sentía que el mundo me debía algo…. 

Lo que la sociedad había permitido que se filtre era principalmente apariencias y confusión. Nunca me habían enseñado a distinguir la verdadera riqueza espiritual de la superficialidad, no era capaz de distinguir la realidad de las prejuicios, lo que ha había desencadenado en una pérdida de mi fe. Lo cierto es que nada sabía de la iglesia por lo tanto ni podía amarla ni podía hablar de ella. Y negando a la Iglesia de cierta forma negaba a Jesucristo.

En lugar de juzgar a la Iglesia por sus méritos y aciertos me concentraba en etiquetarla por sus errores individuales, con eso me ahorraba el esfuerzo de pensar, a costas de una profunda injusticia, cayendo inclusive en la pereza intelectual.

Practicaba el ateísmo de la vida, tenía una caricatura de la Iglesia, esta fábula solo existía en mi cabeza y era tratada sin sentido crítico. No tenía una valoración sobria y equilibrada de mi propia vida. Como rechazaba a la iglesia era incapaz de acercarme a Dios por otros medios.

Enfrascado en ese ateísmo de la vida alguna vez perdí el placer de descubrir la vida que se ocultaba tras los hechos. Tuve una visión del mundo que me originó ansiedad, lo que me hizo percibir al mundo como un lugar peligroso donde no podía confiar en nadie. Tuve una sensación de impotencia producto del hecho de no saber cómo llenar mis vacíos, vivía aislado de mi mismo, en este mundo desde ya complejo, perturbador e impredecible.

No negaba a Dios explícitamente, solo lo había borrado de mi vida.

Pero…………………..

Alguien tuvo amor por mí, y me mostró que la conversión es una experiencia que hace madurar y sobre todo que la santidad es una aspiración realista.

Me enseñaron que a través de la vida sacramental Dios nos ha mostrado el significado del verdadero amor, gracias a aquello en mi vida aunque todavía demasiado imperfecta ahora resalta el amor por Dios y la Virgencita.

En la cruz me enseñaron que no puede haber amor sin sacrificio. Me mostraron que el precio de amar a alguien es la renuncia al egoísmo. Aprendí de muchos amigos que podía ser el apóstol número trece.

Todo gracias a los montones de personas que Dios permitió que se crucen en mi camino haciendo el bien e inspirándome a ser mejor persona.

Y ahora si me preguntan que me hizo cambiar… No lo sabré explicar, solo puedo decir, averígualo ¿Ya intentaste con Dios?.

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