Por
Francisco papa
RíO DE JANEIRO, 27 de julio de 2013 (Zenit.org)
- Este sábado se llevó a cabo el Encuentro del papa Francisco con la clase
dirigente de Brasil, a la cual acudieron representantes del mundo de la
política, la cultura y la universidad, entre otros, con el fin de escuchar su
mensaje.
Ofrecemos a nuestros lectores una
versión del texto del discurso cotejado por ZENIT con lo dicho por el santo
padre.
*****
Excelencias,
Señoras y señores.
Señoras y señores.
Doy gracias a Dios por la oportunidad de
encontrar a una representación tan distinguida y cualificada de
responsables políticos y diplomáticos, culturales y religiosos, académicos
y empresariales de este inmenso Brasil.
Hubiera deseado hablarles en su hermosa
lengua portuguesa, pero para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón,
prefiero hablar en español. Les pido la cortesía de disculparme.
Saludo cordialmente a todos y les
expreso mi reconocimiento. Agradezco a Monseñor Orani y al Señor Walmyr Júnior,
sus amables palabras de bienvenida y presentación y de testimonio. Veo en
ustedes la memoria y la esperanza: la memoria del camino, de la conciencia de
su patria, y la esperanza de que esta patria abierta a la luz que emana del
Evangelio, continúe desarrollándose en el pleno respeto de los principios
éticos basados en la dignidad trascendente de la persona.
Memoria del pasado y utopia hacia el
futuro se encuentran en el presente que no es una coyuntura sin historia, y sin
promesa, sino un momento en el tiempo, un desafio para recoger sabiduría y
saber proyectarla.
Quien tiene un papel de responsabilidad
en una nación está llamado a afrontar el futuro «con la mirada tranquila de
quien sabe ver la verdad», como decía el pensador brasileño Alceu Amoroso Lima
(«Nosso tempo», en A vida sobrenatural e o mondo moderno, Río de Janeiro 1956,
106). Quisiera compartir con ustedes tres aspectos de esta mirada calma, serena
y sabia: primero, la originalidad de una tradición cultural; segundo, la
responsabilidad solidaria para construir el futuro y, tercero, el diálogo
constructivo para afrontar el presente.
1. En primer lugar, es de justicia
valorar la originalidad dinámica que caracteriza a la cultura brasileña, con su
extraordinaria capacidad para integrar elementos diversos. El común sentir de
un pueblo, las bases de su pensamiento y de su creatividad, los principios
básicos de su vida, los criterios de juicio sobre las prioridades, las normas
de actuación, se fundan, se fusionan y crecen en una visión integral de la
persona humana.
Esta visión del hombre y de la vida
característica del pueblo brasileño ha recibido también la savia del Evangelio:
la fe en Jesucristo, el amor de Dios y la fraternidad con el prójimo. La
riqueza de esta savia puede fecundar un proceso cultural fiel a la identidad
brasileña y a la vez un proceso constructor de un futuro mejor para todos. Un
proceso que hacer crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y
de la relación, esta es la manera cristiana de promover el bien común, la
alegría de vivir. Y aquí convergen la fe y la razón, la dimensión religiosa con
los diferentes aspectos de la cultura humana: el arte, la ciencia, el trabajo,
la literatura... El cristianismo combina trascendencia y encarnación; por la
capacidad de revitalizar siempre el pensamiento y la vida ante la amenaza de
frustración y desencanto que pueden invadir el corazón y propagarse por las
calles.
2. Un segundo punto al que quisiera
referirme es la responsabilidad social. Esta requiere un cierto tipo de paradigma
cultural y, en consecuencia, de la política. Somos responsables de la formación
de las nuevas generaciones, ayudarlos a ser capaces en la economía y en la
política, y firmes en los valores éticos. El futuro exige hoy la tarea de
rehabilitar la política, rehabilitar la politica, que es una de las formas más
altas de la caridad. El futuro nos exige también una visión humanista de la
economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las
personas, evite el elitismo y erradique la pobreza.
Que a nadie le falte lo necesario y que
se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: éste es el camino
propuesto. Ya en la época del profeta Amós era muy frecuente la admonición de
Dios: «Venden al justo por dinero, al pobre por un par de sandalias. Oprimen
contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el camino de los indigentes»
(Am. 2,6-7). Los gritos que piden justicia continúan todavía hoy.
Quien desempeña un papel de guía
--permitame que diga aquel a quien la vida ha ungido como guía--, ha de tener
objetivos concretos y buscar los medios específicos para alcanzarlos, pero
también puede existir el peligro de la desilusión, la amargura, la
indiferencia, cuando las expectativas no se cumplen. Aquí apelo a la dinamica
de la esperanza que nos impulsa a ir siempre más allá, a emplear todas las
energías y capacidades en favor de las personas para las que se trabaja,
aceptando los resultados y creando condiciones para descubrir nuevos caminos,
entregándose incluso sin ver los resultados, pero manteniendo viva la
esperanza. Con esa constancia y coraje que nacen de la aceptación de la propia
vocación de guía, de dirigente.
Es propio de la dirigencia elegir la más
justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad
y el interés del bien común; por este camino se va al centro de los males de
una sociedad para superarlos con audacia de acciones valientes y libres.
Es nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa comprension
de la totalidad de la realidad, observando, sopesando, valorando, para tomar
decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia el futuro,
reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones.
Quien actúa responsablemente pone la
propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios. Este
sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes. Tenemos
que buscarlo, tenemos que inserirlo en la misma sociedad. Además de la
racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la
vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria.
3. Para completar esta reflexión, además del humanismo integral que
respete la cultura original y la responsabilidad solidaria, considero
fundamental para afrontar el presente: el diálogo constructivo. Entre la
indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el
diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo, porque
todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la
verdad. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de
manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la
artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de
los medios de comunicación. ¡Cuánto diálogo hay! Es imposible imaginar un
futuro para la sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en
una democracia que se quede encerrada en la pura lógica o en el mero equilibrio
de la representación de los intereses establecidos. Considero también
fundamental en este diálogo la contribución de las grandes tradiciones
religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de
animación de la democracia. La convivencia pacífica entre las diferentes
religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como
propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia de la
dimensión
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